dilluns, 24 d’octubre del 2016

DIOS EN EL LABERINTO VENEZOLANO


El cardenal del estado venezolano de Mérida, Baltazar Porras, se manifestó recientemente a favor de un cambio de gobierno y situó en la ilegalidad al Consejo Nacional Electoral y al Tribunal Supremo de Justicia. También en estos días se ha conocido el nombramiento del venezolano Arturo Sosa Abascal como superior general de la Compañía de Jesús, es decir, el nuevo Papa Negro de los todopoderosos jesuitas. Hace dos años, en plena desestabilización callejera por parte de la derecha, con el saldo  de 43 personas asesinadas, Sosa Abascal declaró que el chavismo carecía de “legitimidad política” desde sus inicios y que, por lo tanto, constituía “un sistema de dominación”. 
El entonces simplemente sacerdote obviaba el intrincado proceso constitucional, que necesitó de al menos seis elecciones para la aprobación de la Constitución y los poderes que de ella emanan, y el resto de comicios, hasta completar 25 citas con las urnas en el lapso de 19 años. No cabe pensar que un doctor en Ciencias Políticas como Sosa Abascal ignorara que las elecciones son una de las principales fuentes de legitimación de cualquier sistema.




Estos dos episodios evidencian una vez más la irrestricta lealtad de la jerarquía de la Iglesia Católica venezolana con la derecha. En la memoria colectiva queda la imagen del que fue arzobispo de Caracas Ignacio Velasco en el golpe de Estado de 2002, sonriente en los jardines del palacio presidencial de Miraflores mientras explicaba por teléfono la trama conspiradora. Su firma está estampada en el decreto del presidente golpista Pedro Carmona que desmantela todo el entramado democrático aprobado por el pueblo venezolano en sucesivas elecciones.

Venezuela nunca tuvo una Iglesia Católica alineada con la opción de los pobres. La Teología de la Liberación, tan importante para Centroamérica, apenas germinó en tierra caribeña. El trabajo de transformación social y política en el barrio, más allá de la caridad tan funcional al capitalismo y al mantenimiento del estatus quo, era fruto de iniciativas personales: el padre Bruno Renaud en Petare, el padre Pablo Urquiaga en Caricuao, el siempre incendiario padre Numa Molina… Los enfrentamientos con las élites eran frecuentes. Aún lo son.

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