diumenge, 19 de novembre del 2017

Ante la revelación de los Papeles del Paraíso: ¡oh, qué sorpresa: aquí se roba!


En estos días hubo una noticia bomba: nos enteramos de que los muy ricos son muy ricos y quieren ser más ricos todavía y no piensan detenerse ante nada para serlo.

La noticia fue tapa de todos los diarios: un consorcio de periodistas contó que había accedido a más de 13 millones de archivos de Appleby, una vieja compañía financiera —Bermudas, 1898— especializada en offshore legal services. Lo cual podría traducirse como “servicios legales fuera de las costas” si no debiera traducirse como “servicios legales fuera de las leyes”.



La noticia, por supuesto, no es que existan esos refugios para el dinero gris: todos lo sabemos, aun si no sabemos bien cómo funcionan, porque su principal característica consiste en ocultarlo. Esos refugios son la obra de batallones de expertos contratados por los grandes capitanes del sistema para encontrar las mejores maneras de burlar al sistema. A veces no son ilegales; otras sí. Y son, siempre, truquitos que ofrece el capitalismo globalizado para pagar menos impuestos: para defraudar a tu Estado —a tus compatriotas— birlándole lo que les debes.

En castellano los llaman paraísos fiscales. Es, antes que nada, un error: una mala traducción del inglés haven —refugio, cala— que algún ignaro transformó en heaven —cielo, paraíso— y que se fue imponiendo. Y es curioso: si el paraíso original es un invento de los poderosos para que todos sigan las reglas que ellos fijan, el paraíso fiscal es un invento de los poderosos para no seguir las reglas que ellos fijan.

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