diumenge, 19 de novembre del 2017

La ley de amnistía y la impunidad del franquismo





Es difícil escribir algo que no tenga que ver con el proceso independentista en Cataluña y todas su largas y anchas consecuencias. Pero hay que intentarlo. La vida sigue rodando en las afueras de un conflicto que, como en aquellos viejos tebeos de la infancia, añade el suspensivo y emocionante continuará al final de cada episodio.
Desde hace tiempo los acuerdos de la Transición están siendo cuestionados por buena parte de la ciudadanía. No todos los acuerdos, claro que no. Pero sí algunos, y de mucha trascendencia. Por ejemplo, la Ley de Amnistía de 1977. Ustedes recordarán -o se las habrán contado- aquellas masivas manifestaciones que discurrían por las calles al grito unánime de “Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomía”. Se había muerto el dictador y los viejos tiempos daban paso a otros que suponíamos nuevos a estrenar, como dicen los anuncios de venta de coches. La libertad y los estatutos autonómicos fueron llegando poco a poco, muy poco a poco, pero fueron llegando. Es cierto que también poco a poco esas dos aspiraciones sufrirían recortes importantes.

Pero la Amnistía se quedó en una auténtica y flagrante engañifa.

Porque lo que se pedía con aquel grito era la amnistía para quienes habían sido represaliados por la dictadura y seguían todavía en las cárceles franquistas. Para esa gente se pedía la amnistía en aquellas manifestaciones. Sin embargo, lo que hubo fue una ley que juntaba vergonzosamente a víctimas y verdugos de aquella represión. Fue la primera ley de punto final que tuvimos en un país donde muy pronto nos empezaríamos a dar cuenta de que los viejos y los nuevos tiempos se parecían demasiado.

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